Los gobiernos de toda condición y color han abrazado la tesis del alarmismo climático. "¡Esto se hunde!" "¡Esto arde!" gritan a todas horas... Como consecuencia de esta pasión por el holocausto natural final han surgido numerosas normativas y leyes a fin de alcanzar la denominada "economía sostenible" y combatir de esta manera la tan temida subida de temperaturas a nivel global, pese a que éstas permanecen congeladas desde hace casi una década, o sea, 10 años -a ver si así le resulta más fácil y comprensible a alguno-. Que no, que no suben.
Poco importa, los gobiernos nos exigen reciclar residuos y basura de todo tipo a ciudadanos y empresas, fomentan la producción de costosas energías renovables de escasa utilidad mediante la concesión de cuantiosas subvenciones públicas que hacen que el dinero corra que da gusto, se aboga por modificar los hábitos de transporte, sustituir las bombillas por otras ecológicas o, directamente, reducir el consumo energético de los individuos aunque los gobernantes no se aplican el cuento. No obstante, parece que todo esto no resulta suficiente. ¡Esto se hunde! ¡Esto arde! Es necesario tomar más medidas pero, ¿contra qué? Da igual, el pueblo tiene que colaborar más.
Los últimos datos que lanzan los estudios científicos favorables a las tesis eco-catastrofistas del contaminante y asiduo del jet privado Al Gore, así como las últimas tendencias políticas avanzan un endurecimiento de las normativas vigentes hasta límites nauseabundos. Nuestros políticos parecen estar dispuestos a sacrificar o limitar las legítimas libertades individuales para salvar el planeta pero no de ellos que sería lo que haría falta. Así, algunas de las propuestas que lanzan los ecologistas y los políticos comprometidos con la tan ansiada "economía sostenible", simplemente aterran y nos rememoran a épocas históricas, qué sé yo, digamos de la alemania de los años 30-40. Ahora, la lucha contra el temido, al tiempo que hipotético, cambio climático se traduce en medidas políticas concretas que pasan por la drástica reducción de la población humana en el planeta. ¿Exagerado? ¿Imposible? Pues bien, los asesores del Gobierno británico ya se lo plantean muy seriamente pues esto arde, esto se hunde. Jonathon Porritt, uno de los principales asesores verdes del primer ministro británico, Gordon Brown, acaba de advertir que Gran Bretaña debería reducir drásticamente su población para lograr una economía y sociedad "sostenible" (qué palabra tan cansina, la verdad). Según las estimaciones oficiales, la población británica ascenderá de los 61 millones actuales a cerca de 71 millones en
2030, de mantenerse la tendencia de los índices de natalidad y mortandad. ¿Cómo van a conseguir evitarlo? Bueno, la tan ansiada "economía sostenible" de los políticos aspira a eliminar seres humanos, al menos, nuestros futuros hijos. Pero todo se andará y si es necesario apretar un poco más la cuerda pues, por qué no...
Un reciente estudio estadístico de la estadounidense Universidad Estatal de Oregon propone abiertamente reducir al mínimo los niveles reproductivos de los humanos para limitar las emisiones de CO2 a la atmósfera. En el informe, de título 'Reproduction and the Carbon Legacies of Individuals', los investigadores Shlax y Murtaugh estiman que una medida de estas características sería veinte veces más efectiva que cualquier otra política encaminada a tratar de cambiar el estilo de vida de los ciudadanos. En concreto, el citado estudio, propone limitar el índice de nacimientos a niveles inferiores al índice de mortandad. De este modo, con el tiempo, al existir un mayor número de fallecidos que de nuevos nacidos, el conjunto de la población humana se iría reduciendo poco a poco. Lo que no queda claro es cómo alcanzar este objetivo. Pero si giramos la mirada a China un momento, vemos que la eugenesia es la política que lleva implementando el régimen comunista durante los últimos tiempos con el fin de reducir o, al menos limitar, el aumento de la población. Así, penalizan el nacimiento de niñas y limita por ley el número de hijos que pueden tener las parejas chinas. Los abortos ilegales e, incluso, el infanticidio o el abandono de bebés se ha extendido desde entonces por el gigante asiático. Y es que, el incumplimiento de las normas establecidas conlleva importantes penas y cuantiosas sanciones económicas. Pues bien, el citado informe norteamericano gira en torno al siguiente eje: "Una persona es responsable de las emisiones de CO2 de sus descendientes". Bajo esta premisa, se abre la puerta a la legalización política de la eugenesia en todo el mundo. Limitar la natalidad a un único hijo por pareja lograría reducir las emisiones de CO2 unas veinte veces más que seguir los dictados actuales de "economía sostenible" (reciclaje, transporte limpio, bombillas verdes, etc). El potencial ahorro de emisiones contaminantes que generaría reducir la reproducción de los seres humanos son "enormes en comparación con los ahorros que pueden lograrse mediante cambios en el estilo de vida". El informe indica que "se ha prestado mucha atención al modo en que las personas hacen uso de la energía, los viajes, la alimentación y otras actividades rutinarias que afectan a la emisión de dióxido de carbono y, por tanto, al calentamiento global. Sin embargo, la elección reproductiva de una persona rara vez se incorpora en los cálculos que evalúan el impacto sobre el medio ambiente". Según el documento, cada nuevo niño que nace en los Estados Unidos genera 9.441 toneladas métricas de CO2. Por ello, la variable de la reproducción humana debe ser tenida muy en cuenta a la hora de elaborar nuevos informes y
estudios sobre el calentamiento global y la influencia de la actividad del hombre en este supuesto fenómeno.
Volviendo a Gran Bretaña, el asesor de Brown propone reducir a la mitad la población británica, hasta un máximo de treinta millones de personas frente a los algo más de sesenta millones de hoy día. "El crecimiento de la población y más crecimiento económico sitúan al planeta bajo una presión terrible", afirma de la mano de una asociación ecologista que, siguiendo las falsas teorías del economista británico Thomas Malthus, aboga por reducir la población mundial en general. "Cada persona que vive en Reino Unido tiene un impacto mucho mayor sobre el medio ambiente que la población de los países en desarrollo". Así, según Porritt, es necesario reducir de forma sustancial la población británica para salvar el planeta, según informa el diario
Times. Es decir, emplea, precisamente, el argumento del citado estudio científico norteamericano. En este sentido, el profesor Chris Rapley, director del Science Museum, indica que los seres humanos vivos emiten 50.000 millones de toneladas de CO2 al año, debido a su respiración. "Tenemos que recortar las emisiones en un ochenta por ciento y el crecimiento de la población lo va a hacer mucho más difícil". Además, dado que el impacto de europeos y estadounidenses es mucho mayor, numerosos expertos ecologistas coinciden en que el beneficio para el planeta sería más intenso si se redujera la población de EE.UU. y Europa principalmente. De hecho, hasta el líder conservador británico, David Cameron, ha sugerido que el país apueste por una "estrategia coherente" en el crecimiento poblacional, aunque no se ha mostrado partidario a implementar medidas políticas al respecto. De momento.