Acostarse con todas las señoritas puta que uno quiera en una misma noche por sólo setenta euros es una de las múltiples ofertas de los prostíbulos germanos que están haciendo auténtico furor para atraer a más clientes, centros de recreo que habían descendido hasta un treinta por ciento en ocupación por culpa de la puta crisis. Por su parte, los políticos (precisamente los que nos han metido en esta situación económica lamentable) han tachado la oferta de “inmoral” (cuando lo inmoral son ellos, sus putas políticas y sus sueldos cada vez más altos y grotescamente putos), aunque asombra más que sea en un país en el que la prostitución es legal y, en general, goza de buena fama el que se haga pajas mentales con este asunto. ¡Ya no sólo es que quieran matarnos de hambre, sino que ya aspiran a que ni siquiera nos podamos buscar la comida!
Otras ofertas imaginativas de los burdeles alemanes es ofrecer rebajas a los pensionistas y parados; un diez por ciento de descuento para los hombres que lleguen al lupanar en bicicleta o en transporte público, o abrillantado gratuito de zapatos para quienes trasnochen en el prostíbulo. (Para el que establezca su residencia habitual dentro de un burdel no dicen nada, de momento.)
La barra (americana) libre para estas samaritanas del amor es especialmente conveniente para los proxenetas, en tanto éstos pagan la misma cantidad diaria a sus empleadas, consigan éstas clientes o no. Sin embargo, los políticos lo ven de otra manera: “Se trata de una flagrante violación de los derechos humanos”, según el ministro del interior de una región alemana, al que me parece que su mujer no le da suficiente candela para estar tan amargado.
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