Jonathan Maitland es un tipo campechano que desconfía de la fecha de caducidad de los productos, él cree que esos dígitos no son más que puro márketing y la mayoría de las veces meras exageraciones; así que decidió pasarse catorce días ignorando las fechas de multitud de productos, acudiendo a los supermercados en busca de alimentos caducados, intentando demostrar la grandísima cantidad de comida que se desperdicia sin motivo alguno.
Jonathan ha calculado que en ese tiempo se tiran por este motivo más de doce millones de euros en desperdicios, que bien podrían ir a parar -unos 530,51 euros- a cada hogar británico.
Conviene recordad que Sanidad advierte "no ingerir alimentos fuera de fecha aunque huelan y se vean bien", pero Jonathan se ha pasado las advertencias por el arco del triunfo y con la intención de demostrar algo inmoral, decidió jugarse la vida ingiriendo tan sólo mierdas. He aquí la relación de los días, qué porquería comió y los días que pasaban de la fecha de caducidad:...
Día 1. Se come un par de huevos fritos que llevan un día caducados. "Pueden contener salmonela, pero saben genial", afirma. El segundo día, comenta: "Me siento bien", y se come un filete de salmón que lleva dos días caducado. "Mi mujer me dice que soy imbécil". Y lo cierto es que la mujer tiene razón, pero Jonathan es súper jovial y dicharachero en el trato y sigue empecinado con su comemierda particular. Así, el día 3 se mete por la boca y, lo que es peor, se lo traga, un pastel de carne que lleva tres días caducado. Las sobras se las da a su perro, pero éste hace caso omiso de aquello de que el perro es el mejor amigo del hombre, y prefiere no tomarlo. Gruñe: "Anda y muérete tu solo, gilipollas" pero nadie entiende a los perros. El día 4 Jonathan tiene ganas de marcha y se atreve con un poco de cerdo y unas salchichas que llevan cuatro días pasados de fecha. "Mi mujer dice que huele raro". (La mujer está a punto de abandonarlo e irse con el vecino a que le coma el... bueno, eso.) El quinto día se mete una macedonia de frutas que caducó hace cinco días. "Sin consecuencias". Seguimos palante. El sexto un pollo que lleva seis días caducado. "Mi mujer actuó como un vampiro cuando ve un crucifijo", comenta. A saber lo que ha querido decir con esto. Nadie le entiende. ¿Delira? Es probable. El séptimo día come carne picada que ha cambiado de color porque lleva una semana caducada. El octavo ingiere pollo y arroz que llevan ocho días caducados. Su mujer tiene dolor de estómago después de comer pez fresco. Jonathan se parte el culo de la risa y le dice que coma mierdas como él, que son más sanas. El noveno día ingiere moussaka (cordero y berenjena con tomate) con nueve días de caducidad encima. "Sorprendentemente riquísima", dice, pero es que Jonathan está en otra onda. Más etérea. El décimo, magdalenas caducadas hace 10 días. "No están riquísimas pero si fuera todo lo que tienes, no lo dudarías". Su mujer llora como una magdalena al ver con qué especimen comparte la cama cada noche. Su vecino se frota las manos. El once: paté de garbanzos con limón. "Está un poco ácido... quizás por el limón". (Quizá el estómago descomponiéndose.) Y es que Jonathan lleva una bomba de relojería en su interior que asusta hasta a su propio inodoro. Pero él aguanta por lo que el día doce se prepara unas sabrosas judías que habían caducado hacía una docena de días. "Más que aceptables", sentencia. Más que aceptable también la hostia que le daría su hastiada esposa. El día trece, no aparece la mala suerte y aunque come pan caducado desde hace tres semanas y media -Jonathan ya va a lo grande-, resiste: "Es de color verde y huele a calcetines, ummmmmmmmm, qué rico". Y llegamos al último día donde ingiere un tazón de cereales que caducó hace ya tres meses. "Está comestible".
Finalizada su empírica investigación asegura que no ha tenido ningún problema con su estómago. No obstante, su inodoro no piensa lo mismo y las empresas encargadas del etiquetado de productos advierten de que cada persona es un mundo y, haciendo lo mismo que él, otros podrían haber enfermado. Jonathan piensa que "bah, leyendas urbanas, hay que comer mierdas que tienen más proteínas y vitaminas que la gran mayoría de productos frescos" pero por si acaso dice que hagan caso de tales advertencias a otros aventureros culinarios que pretendan seguir sus pasos y ahora escribe sus observaciones e inquietudes en su propio blog.
Y si alguien no ha creído una puta palabra de esta historia, hete aquí el original, en inglés, del prestigioso Daily Mail que igual os da más credibilidad, y es que estas cosas existen, joder.
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