Todo comenzó el pasado mes de julio con un horrible descubrimiento cuando el Gobierno japonés se decidió a homenajear a Sogen Kato, el hombre más longevo de Tokio con sus 111 primaveras a cuestas. Pero a Kato no le hizo especial ilusión el festejo que le preparaban, básicamente porque llevaba muerto 32 años y estaba hasta las narices que su familia hubiera conservado su cádaver en casa, momificado. ¿El motivo? La jugosa pensión de la que provee el estado nipón a sus ciudadanos centenarios. Obviamente, los familiares fueron detenidos, y el viejo pudo por fin descansar en paz.
Sospechando de que esta picaresca no fuera un hecho aislado, el ministerio de salud ordenó revisar los registros de unas 77.000 personas que deberían tener por lo menos 120 años, y 884 que debían tener 150 años o más. Todo un reto genético hasta para un ciudadado del país del sol naciente. En total, Japón se percató de que existían 234.354 personas que sobrepasaban los cien años, y recibían su pensión y otras ayudas, pero de los que no se tenía noticia, y era imposible localizar.
Inmediatamente han salido a la luz más casos macabros como el de Kato. Así, dos historias más que sirven como ejemplo: la policía de Tokio encontró en una mochila (de su hijo) los restos de una mujer que se creía que tenía 104 años. Los había guardado ahí diez años atrás. Mientras que una mujer de Osaka ha admitido que hacía cinco años que guardaba el cadáver de su padre, para cobrar la pensión.
Las dimensiones del fraude de estos familiares podrían haber alcanzado cifras realmente preocupantes. Incluso, se sospecha que hayan afectado a las estadísticas oficiales de esperanza de vida en el país, que actualmente se sitúa en 86,44 años para las mujeres y 79,59 años para los hombres. Hasta ahora, era un récord mundial. Pero eso ahora ya no hay quien se lo crea...
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