domingo, 22 de junio de 2008

Cortarse a trocitos por propia satisfacción

David OpenshawEl desorden de identidad de la integridad corporal, es una enfermedad cuyos síntomas provocan en el individuo que lo padece unas frenéticas e irresistibles ganas por amputarse una o más extremidades sanas del propio cuerpo. Es el caso de David Openshaw, un australiano de 28 años y padre de dos hijos, cuya patología le llevó a tomar una drástica decisión: introducir su pierna derecha en un barreño con hielo durante varias horas hasta que ésta estuvo lo suficientemente dañada para no poder sentirla de rodilla para abajo y así cortársela.
El hombre afirma que "odiaba" su pierna desde que era un chavalín y apenas tenía cuatro años, pero que ahora se siente de puta madre con su prótesis: en su vida laboral es mucho más eficaz realizando las tareas propias de su trabajo, él está mucho más feliz como persona, es famoso, y hasta su esposa, Joanne McWilliam, admite que desde que se cortó la pierna la relación entre ambos mejoró muchísimo, -aunque yo si fuera su mujer no se lo alabaría mucho no vaya a ser que ante tanta admiración se anime y le dé por cortarse las otras dos "piernas" que le quedan. No entiendo muy bien esta actitud de "palmaditas en la espalda", la verdad. No me parece que vaya a conducir a nada positivo.)-
Afortunadamente esta enfermedad psiquiátrica sólo afecta a unas miles de personas en todo el mundo aunque nadie tiene hasta el momento ni pajolera idea de lo que causa este desorden y, lo que es peor, cómo se la puede tratar. Hay doctores que afirman que probablemente el desorden tenga una naturaleza sexual y emocional... -Aquí cuando no se tiene ni puta idea siempre se le echa la culpa a lo sexual. (Bueno, ellos son los expertos pero a mí me parece una soplapollez propia de la ignorancia.)- ...La condición, íntimamente, es una "fantasía erótica", afirman, con dos componentes: "someterse a la amputación de un miembro y lograr desenvolverse a pesar de una discapacidad". Otra hipótesis sugiere que un niño que no se siente querido, puede creer que convirtiéndose en un amputado atraerá el cariño y la simpatía que demanda. (Esta teoría tiene más sentido pero no explicaría todos los casos. No todos los pequeños crecerán en un ambiente, digamos, hostil emocionalmente, me imagino.) Otra, plantea que un niño, después de ver a un amputado, puede quedar con su psique marcada adoptando aquella imagen corporal como un "ideal" (vamos, como el que ve a Cristiano Ronaldo y quieren ser como él). No sé, me gusta más la teoría anterior, aunque ésta no es descabellada. La teoría biológica propone que el desorden es una condición neuropsicológica, la cual presenta una anomalía en la corteza cerebral relacionada con las extremidades. Y es que los enfermos sienten una profunda envidia hacia la gente amputada aunque perciben los síntomas mencionados como extraños y anormales. Se sienten solos con estos pensamientos, creyendo que nadie podrá entender sus impulsos. Lo más habitual es que sientan vergüenza de sus ideas e intenten ocultárselo al resto, incluso a los terapeutas y profesionales de la salud. Encima, como lógicamente no hay casi médicos dispuestos a operar y retirar miembros sanos (el pedido más común es la amputación sobre la rodilla de la pierna izquierda), quienes padecen el trastorno toman severas opciones tales como ponerse debajo de los trenes para cortarse alguna extremidad a su paso, o daños extremos en los cuales cualquier médico tenga que amputar por narices. Los menos osados, ¡que hay que tener muchas pelotas para arrancarse algo aunque no se ande muy bien de la azotea!, usan prótesis y otras herramientas que ayudan a calmar sus ansias de invalidez aunque siguen conservando sus miembros (por ejemplo, se atan la pierna o el brazo al cuerpo y usan la prótesis), otros fingen ser amputados al utilizar muletas y sillas de ruedas en la vía pública o en sus hogares pero realmente no les pasa nada, salvo en el interior de la cabeza, claro.
Esperemos que los investigadores encuentren algo porque la verdad es que es una dolencia tremenda, sobre todo, para aquel que, extrañamente, no la padece y la observa desde fuera. Los protagonistas, al fin y al cabo, parecen felices cuando alcanzan sus horribles anhelos.

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