martes, 14 de julio de 2009

Decir "me cago en tó tus muertos" (o así) después de un golpe, alivia el dolor; y durante, nos hace más machos

La Universidad británica de Keele, tras una ardua investigación, ha concluido que emplear términos malsonantes alarga en un 50 por ciento el tiempo que podemos soportar el dolor. El estudio, publicado en la revista 'NeuroReport', está dirigido por el profesor de Psicología Richard Stephens, quien comenta que tuvo la idea de estudiar esta conexión cuando de manera accidental se golpeó un dedo con un martillo al construir un cobertizo.
Stephens pidió a sesenta y cuatro estudiantes voluntarios que metieran una de sus manos en una cuba con agua helada y que resistieran el mayor tiempo posible mientras repetían una misma palabrota a su libre elección. Después, les pidió que repitieran el experimento, pero esta vez utilizando una palabra común con la que describirían una mesa. El resultado fue que los estudiantes resistieron una media de dos minutos cuando empleaban términos ofensivos, indecentes o groseros, y una media de un minuto y quince segundos cuando no lo hacían.
La investigación admite también que no queda claro el cómo o el por qué de la existencia de este vínculo, pero sugiere que el efecto de reducción de la sensación de dolor tiene que ver con que las palabras gruesas desatan lo que denomina "la reacción natural lucha-huida". El profesor explica que el corazón se nos acelera cuando utilizamos un vocabulario malsonante, lo mismo que ocurre cuando nos encontramos en una situación de debilidad o de miedo y tratamos de reducir la sensación de amenaza para hacerle frente. Esta sería la razón por la que a lo largo de los siglos se ha creado en todos los idiomas un lenguaje paralelo de palabrotas, hasta completar diccionarios casi tan extensos como los oficiales.
Así, decir "me cago en la puta que te parió" después de golpearse la pantorrilla contra una silla inadvertida o "así revientes, mal nacida, cabrona de mierda" mengua considerablemente ese sufrimiento intenso que padecemos en esos cruciales momentos de agonía personal y encerrona metafísica, pero el estudio de la Universidad también realiza un ejercicio de pedagogía advirtiendo de que es importante no malgastar munición (recordad a Rambo, por ejemplo, que sólo lo utilizaba en momentos críticos cuando los charlies andaban cerca y le tenían maniatado y dándole guantás -bueno, creo que ni entonces abría la boca salvo quizás para advertir al infeliz pero crecido nord-vietnamita de su cercana muerte en el tiempo, pero es que este ejemplo no vale, Rambo es Dios; recordad, pues, a sus compañeros de prisiones que esos no tenían ni un cuarto de sus pelotas-) porque (para los simples mortales): "quien quiera utilizar este efecto de reducción del dolor en su beneficio debe limitar el uso de este lenguaje en el día a día. (...) Decir palabrotas es un lenguaje emocional, pero si se emplea en exceso se pierde su vínculo emocional".

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